Las diversas pautas que evalúan el comportamiento de los consumidores actuales retratan un consumidor más previsor y racional en sus decisiones de compra. Una reacción lógica dadas las actuales circunstancias. Los escenarios futuros previsibles provocarán cambios en los modelos de negocios, de venta y producción que traerán consigo un nuevo consumidor, especialmente en el sector financiero. El objetivo es que el consumidor, frente a estos cambios tras la crisis, conserve estos nuevos hábitos que está aprendiendo a desempeñar a la fuerza. Un consumidor exigente y reivindicativo que reclame cambios, que se sienta protagonista y haga progresar sus derechos y, de forma particular, sepa hacer frente a unas reformas sociales injustas que pretenden hacerle pagar la especulación y los abusos bancarios.¿Cómo se ha llegado a esta situación en que los ciudadanos y los consumidores van a pagar injustamente una crisis no provocada por ellos? ¿Qué respuestas podemos ofrecer como consumidores? Durante los últimos años, en los países desarrollados, la inversión productiva – en empleo, bienes y servicios útiles- fue perdiendo importancia a favor de una economía financiera que permitía la obtención de beneficios ficticios sin desarrollar la economía real o productiva. ¿Cómo se llegó a esta situación? Ante la competitividad de empresas de países emergentes -con bajos costes- las grandes empresas apostaron por recurrir a extraños productos y servicios financieros como escape para mantener resultados positivos (es lo que se ha denominado “financiarización”): entrada de capital riesgo, fusiones, swaps… A ello contribuyeron otros factores como la desregulación de los mercados, las nuevas tecnologías o la libre circulación de capitales.

Todas las posibilidades de la nueva ingeniería financiera ocultaban un serio problema de productividad. Este proceso de ‘financiarización’ de la economía se trasladó a las familias: cada vez más endeudadas mediante una amplia gama de hipotecas, y con los ahorros invertidos en productos complejos y arriesgados ofrecidos con truco.

‘SOLUCIONES’ QUE AGRAVARON EL PROBLEMA

Además, estos problemas de productividad se pretendieron solucionar en Estados Unidos y otras áreas económicas como la Unión Europea a través de una política económica que alimentó la burbuja especulativa (emitiendo deuda pública y tipos de interés bajos). El objetivo era sostener  la demanda artificialmente. Donde no llegaban las exiguas economías domésticas con sus ingresos medios, lo haría el crédito, “fácil” y apoyado en un activo que en España se pretendía inagotable en su aumento de valor como fue la vivienda. El recurso a productos financieros complejos y arriesgados como “remedio” y el endeudamiento fueron la respiración asistida a un enfermo que se alimentaba a base de continuas burbujas: de las ‘puntocom’ en el año 2000 a la del crédito y la vivienda en 2007.

Ese recurso al endeudamiento merced a la abundancia de dinero no implicaba en realidad capital generado por la economía productiva y redistribuido entre las clases populares de manera justa. En la gestación de la crisis asistimos a una gran desigualdad de las rentas. Sólo así puede entenderse que la base sobre la que se sustentaba el “negocio” de las hipotecas subprime fueran familias que no podían comprar una vivienda; o que el nivel de endeudamiento creciera devorando en pocos años la renta de las familias. Los problemas son profundos y arraigados en la cuestión financiera. Por eso,  una ley sobre “economía sostenible” que no se atreva a reformar profundamente el sistema financiero y no mejore los derechos de los consumidores resultará insuficiente.

EL CONSUMIDOR DEBE TOMAR LA PALABRA

Todo ello sirve para tomar conciencia de que no podemos retornar a una economía basada en el consumo y el crédito irresponsable. El pretendido “crecimiento” económico de estos años se ha sostenido en una mentira que ahora quieren que pague el ciudadano y los consumidores vía ajustes sociales además de con un notable encarecimiento de los servicios financieros. Se habla de reformas pero se olvida lo fundamental para los consumidores. Disponer de una cuenta, realizar una transferencia, ahorrar en condiciones dignas o acceder a una vivienda son necesidades de interés público, quizá sea el momento de apostar por un consumo responsable, por un sector financiero alternativo, más justo, que atienda a las necesidades sociales y no a la avidez especulativa de sus consejos de administración, gran parte de ellos cínicos beneficiarios de dinero público para enmendar sus graves errores. Es hora de que el consumidor sea consciente de su fuerza y no tolere más engaños y manipulaciones. Es tiempo de reivindicaciones. Para ello es necesario que las demandas de los consumidores se analicen y articulen en propuestas concretas, tengan el apoyo de todas las fuerzas ciudadanas posibles y, sobre todo, se emprendan movilizaciones sociales para ponerlas en marcha. Sin ellas no será posible un nuevo consumidor, ni un nuevo ciudadano.